Un guerrero de fama y fuerte crácter luego de recorrer un largo camino se dirige a una escarpada montaña,
lugar de habitación de un solitario y sabio maestro del budismo (probablemente un sacerdote)
Cuando llega a la morada del sabio luego de una agotadora jornada saluda
respetuosamente al monje, el cual guarda silencio sin moverse de su
posición.
Luego le dice: He venido hasta aquí desde muy lejos para saber de un
sabio como Usted ¿cuál es el camino hacia el cielo y el infierno?. El
monje impasible mantuvo el silencio sin mirarlo siquiera. El guerrero
algo irritado le increpa diciendo: ¡He subido esta escarpada montaña, he
recorrido un largo camino en busca de sabiduría y quiero que me
responda ¿cuál es el camino entre el cielo y el infierno?!. El monje no
mostró siquiera un cambio de actitud, como si fuera una escultura.
El guerrero reaccionó sulfurado e iracundo diciendo: ¡¡ He hecho un gran
esfuerzo por estar aquí, no permitiré que me faltes así el respeto!! y
levantó su espada con la cierta intención de darle muerte. En ese
momento el monje levanta su mano indicando con su dedo índice al
guerrero y exclama con voz firme: ¡Ese es el camino del infierno!
Sorprendido y avergonzado el guerrero envaina lentamente espada. El
monje con voz tranquila le dice: Ese es el camino del cielo.
Recopilación de Cuentos Breves Zen. Sabiduría oriental para reflexionar...
Ya estamos
Publicado por Cuentos Zen en 4:10
Un maestro y su discípulo caminan. El discípulo pregunta: “¿Adónde vamos, maestro?”
El maestro responde: “Ya estamos”.
El maestro responde: “Ya estamos”.
Obra maestra
Publicado por Cuentos Zen en 4:08
Un maestro calígrafo estaba escribiendo algunos caracteres sobre un
pedazo de papel. Uno de sus especialmente perceptivos estudiantes estaba
mirándolo.
Cuando el calígrafo hubo terminado, pidió la opinión del estudiante, quién inmediatamente le dijo que no estaba nada de bueno. El maestro lo intentó de nuevo, sin embargo el estudiante criticó el trabajo de nuevo.
Una y otra vez, el calígrafo cuidadosamente trazaba los mismos caracteres, y cada vez el estudiante los rechazaba.
Finalmente, cuando el estudiante había desviado su atención a algo más y no estaba mirando, el maestro aprovechó la oportunidad de hacer rápidamente los caracteres.
"¡Listo! ¿Cómo está ese?", le preguntó al estudiante. El estudiante se dio vuelta a mirar. "¡ESA... es una obra maestra!" exclamó.
Cuando el calígrafo hubo terminado, pidió la opinión del estudiante, quién inmediatamente le dijo que no estaba nada de bueno. El maestro lo intentó de nuevo, sin embargo el estudiante criticó el trabajo de nuevo.
Una y otra vez, el calígrafo cuidadosamente trazaba los mismos caracteres, y cada vez el estudiante los rechazaba.
Finalmente, cuando el estudiante había desviado su atención a algo más y no estaba mirando, el maestro aprovechó la oportunidad de hacer rápidamente los caracteres.
"¡Listo! ¿Cómo está ese?", le preguntó al estudiante. El estudiante se dio vuelta a mirar. "¡ESA... es una obra maestra!" exclamó.
El País de la risa
Publicado por Cuentos Zen en 3:35
"El
maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos
trataron de que les hiciera saber las fases por las que había pasado en
su búsqueda de la divinidad. Primero, les dijo, Dios me condujo de la
mano al País de la Acción, donde permanecí una serie de años. Luego
volvió y me condujo al País de la Aflicción, y allí viví hasta que mi
corazón quedó purificado de toda afección desordenada. Entonces fue
cuando me vi en el País del Amor, cuyas ardientes llamas consumieron
cuanto quedaba en mí de egoísmo. Tras de lo cual, accedí al País del
Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos los misterios de
la vida y de la muerte. ¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda? le
preguntaron. No, respondió el Maestro..., un día dijo Dios: Hoy voy a
llevarte al santuario más escondido del Templo, al corazón del propio
Dios...Y fui conducido al País de la Risa."
La Mancha negra
Publicado por Cuentos Zen en 3:34
Mientras el maestro estaba dando clase a sus alumnos, salió una mancha
negra de tinta en la hoja de papel blanca en que estaba escribiendo.
Preguntó a sus alumnos:
- ¿Qué veis?
Y todos a la vez respondieron:
- Una mancha negra
El maestro respondió:
- Todos os habéis fijado en la mancha negra.
- En cambio, nadie ha visto el resto de hoja blanca, que es mucho más extensa.
Preguntó a sus alumnos:
- ¿Qué veis?
Y todos a la vez respondieron:
- Una mancha negra
El maestro respondió:
- Todos os habéis fijado en la mancha negra.
- En cambio, nadie ha visto el resto de hoja blanca, que es mucho más extensa.
Cuento Zen
Publicado por Cuentos Zen en 3:24
Un viejo monje y un monje joven caminaban por el bosque hasta que
llegaron al frente de un río bravo. El río no era ni muy ancho ni
profundo, y dado que no había puente decidieron cruzarlo sin más. En eso
se les acercó una joven que llevaba ya mucho tiempo a la orilla del
río. Llevaba puestos vestidos elegantes, llevaba un abanico, tenía
pestañas muy largas y les sonreía con sus ojos grandes.
- Oh – dijo ella – la corriente es tan fuerte y el agua tan fría. Y si se me moja el Kimono me va a ruinar toda la seda. ¿Podría uno de ustedes ayudarme a pasar el río y cargarme?
Con estas palabras iba acercándose al joven monje. Pero él pensó que el comportamiento de la mujer era irrespetuoso. Sin embargo el viejo monje encogió los hombros, subió a la joven mujer y cargó con ella dejándola a la otra orilla después de haber cruzado el río. Después los dos monjes siguieron caminando.
Aunque durante la caminata mantuviesen el silencio, el joven monje estaba muy enfadado. Él pensaba que su colega más viejo había cometido un grave error al ser tan generoso con esa mujer tan orgullosa. Y lo que era peor aún, al tocar a una mujer había inclumplido un precepto de su orden. Y mientras seguían caminando, el joven monje seguía enfurecido para adentro, hasta que no aguantó más y comenzó a incriminarle al compañero su comportamiento por haber cargado a esa mujer y haberla ayudado a cruzar el río. Tenía tanta rabia que toda la cara se le había puesto roja.
- ¿Todavía estas cargando con esa mujer? – preguntó el monje más mayor. – Yo, hace más de una hora que dejé de hacerlo.
- Oh – dijo ella – la corriente es tan fuerte y el agua tan fría. Y si se me moja el Kimono me va a ruinar toda la seda. ¿Podría uno de ustedes ayudarme a pasar el río y cargarme?
Con estas palabras iba acercándose al joven monje. Pero él pensó que el comportamiento de la mujer era irrespetuoso. Sin embargo el viejo monje encogió los hombros, subió a la joven mujer y cargó con ella dejándola a la otra orilla después de haber cruzado el río. Después los dos monjes siguieron caminando.
Aunque durante la caminata mantuviesen el silencio, el joven monje estaba muy enfadado. Él pensaba que su colega más viejo había cometido un grave error al ser tan generoso con esa mujer tan orgullosa. Y lo que era peor aún, al tocar a una mujer había inclumplido un precepto de su orden. Y mientras seguían caminando, el joven monje seguía enfurecido para adentro, hasta que no aguantó más y comenzó a incriminarle al compañero su comportamiento por haber cargado a esa mujer y haberla ayudado a cruzar el río. Tenía tanta rabia que toda la cara se le había puesto roja.
- ¿Todavía estas cargando con esa mujer? – preguntó el monje más mayor. – Yo, hace más de una hora que dejé de hacerlo.
El vacío del guerrero
Publicado por Cuentos Zen en 3:23
Un célebre espadachín japonés, que se decía adepto al zen, fue al
encuentro del maestro Dokuon y le dijo, no sin un leve aire de triunfo,
que todo lo que existía era el vacío, que nada distinguía al yo del tú,
etc.
El maestro lo escuchó un momento en silencio, luego cogió su pipa y golpeó ocn fuerza al soldado en el cráneo.
El hombre saltó, cogió su sable y amenazó al monje.
- Vaya – dijo éste muy tranquilo -, el vacío no tarda en montar en cólera.
El maestro lo escuchó un momento en silencio, luego cogió su pipa y golpeó ocn fuerza al soldado en el cráneo.
El hombre saltó, cogió su sable y amenazó al monje.
- Vaya – dijo éste muy tranquilo -, el vacío no tarda en montar en cólera.
Un maestro zen le ofreció un melón a su discípulo y le preguntó:
- ¿Qué te parece este melón? ¿Está bueno?
- Sí, sabe muy bien – contestó el discípulo.
- ¿Dónde está ese sabor? – le preguntó luego el maestro -. ¿En el melón o en tu lengua?
El discípulo reflexionó y se lanzó a dar complicadas explicaciones:
- Este sabor procede de una interdependencia entre el melón y mi lengua, porque mi lengua sola, sin el melón, no puede…
El maestro lo interrumpió bruscamente:
- ¡Idiota! ¡Más que idiota! ¿Qué pretendes? Este melón está bueno. Eso basta.
- ¿Qué te parece este melón? ¿Está bueno?
- Sí, sabe muy bien – contestó el discípulo.
- ¿Dónde está ese sabor? – le preguntó luego el maestro -. ¿En el melón o en tu lengua?
El discípulo reflexionó y se lanzó a dar complicadas explicaciones:
- Este sabor procede de una interdependencia entre el melón y mi lengua, porque mi lengua sola, sin el melón, no puede…
El maestro lo interrumpió bruscamente:
- ¡Idiota! ¡Más que idiota! ¿Qué pretendes? Este melón está bueno. Eso basta.
La impaciencia y el conocimiento
Publicado por Cuentos Zen en 3:17
- Maestro, quiero estudiar el arte de la espada, ¿cuántos años necesitaré?
- Diez años.
- ¡Son demasiados!
- Entonces, veinte años.
- ¡Pero eso es una barbaridad!
- Treinta años.
- Diez años.
- ¡Son demasiados!
- Entonces, veinte años.
- ¡Pero eso es una barbaridad!
- Treinta años.
El cielo y el infierno
Publicado por Cuentos Zen en 3:16
Un samurái le pidió a un maestro que le explicara la diferencia entre
cielo e infierno. Sin responderle, el maestro se puso a dirigirle gran
cantidad de insultos. Furioso, el samurái desenvainó su sable para
decapitarle.
- He aquí el infierno – dijo el maestro. El guerrero, impresionado por estas palabras, calmó su ira y volvió a enfundar el sable. Al ver esto, el maestro añadió:
- He aquí el cielo.
- He aquí el infierno – dijo el maestro. El guerrero, impresionado por estas palabras, calmó su ira y volvió a enfundar el sable. Al ver esto, el maestro añadió:
- He aquí el cielo.
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