La Luna en el agua

Un poeta está sentado delante de la puerta de su casa, inclinado mirando una cacerola llena de agua.

Pasa un monje zen que le pregunta: “¿Qué haces?”.

El poeta le responde: “Observo el reflejo de la luna en esta agua”.

El monje le dice: “Si no te duele el cuello, ¿por qué no observas a la luna directamente?”.

Mi fortaleza es temporal

Un famoso maestro espiritual llegó hasta la puerta del palacio del rey. Ninguno de los guardias intentó detenerlo mientras entraba y caminaba hacia donde el mismo rey estaba sentado en su trono.


- ¿Qué quiere? – preguntó el rey, reconociendo inmediatamente al visitante.

- Quisiera un lugar para dormir en esta posada – contestó el maestro.

- Pero esta no es una posada, es mi palacio – dijo el rey.

- ¿Puedo preguntar quién era el dueño de este palacio antes de usted?

- Mi padre. Él está muerto.

- ¿Y quien era el dueño antes de él?

- Mi abuelo. Él también está muerto.

- ¿Y este lugar en donde la gente vive por un corto tiempo y después se muda, acaso le oí decir que no es una posada?

La fuerza del guerrero

Un poderoso guerrero, a la cabeza de su ejército, invadió un país vecino. Precedido por su reputación, nadie se atrevía a hacerle frente y mientras él avanzaba, atravesaba regiones desiertas. Todo el mundo huía a su paso.

Un día, en un pueblo, penetró en un templo y descubrió a un hombre de edad indeterminada, sentado, en la posición del loto. El guerrero, interpretando la presencia inmóvil del anciano como un desafío, furioso, desenvainó su sable.

- ¿Sabes delante de quién te encuentras, desvergonzado vejestorio? Podría traspasarte el corazón con este sable sin pestañear.

Sin sombra de preocupación, el anciano le respondió:

- Y tú, ¿sabes delante de quién estás? Yo puedo dejar que me traspases el corazón sin pestañear.

Dejar que te encuentre

La historia cuenta que un monje zen, conocido por su empuje, no se detenía de día ni de noche. Siempre andaba ocupado hasta el punto de no tener apenas tiempo para comer y para dormir.

- ¿Por qué corres tanto, qué prisa tienes? – preguntó el maestro.

- Busco el conocimiento, no puedo perder tiempo – respondió el frenético aprendiz.

- ¿Y cómo sabes que el conociemiento va delante de ti, de modo que tengas que correr muy deprisa tras él? Quizá va detrás de ti, y todo lo que necesitas para encontrarlo es quedarte quieto – dijo el maestro.

Es su problema, no el mío

Sucedió que un Maestro Zen estaba pasando por una calle, cuando un hombre llegó corriendo y lo golpeó con fuerza.

El Maestro cayó. Luego se levantó y continuó caminando en la misma dirección en la que estaba yendo, sin siquiera mirar hacia atrás. Un discípulo iba con el Maestro; se quedó atónito y dijo: “¿Quién es ese hombre? ¿Qué es esto? Si uno vive en esta forma, entonces cualquiera puede venir y matarte. Y ni siquiera has mirado a la persona y no sabes quién es, ni por qué lo hizo”.

El Maestro dijo: “Es su problema, no el mío”.