Disipando un fantasma

La esposa de un hombre se puso muy enferma, y en su lecho de muerte le dijo, “¡Te amo tanto! No quiero dejarte, y no quisiera que me traicionaras. Prométeme que no verás a ninguna otra mujer después que muera, o volveré y me apareceré.”

Durante varios meses después de su muerte, el marido evitó a otras mujeres, pero entonces conoció a alguien, y se enamoró. La noche en que se comprometían para casarse, el fantasma de su ex esposa se le apareció. Lo culpó por no mantener la promesa, y después, cada noche volvió para fastidiarlo. El fantasma le rememoraba todo lo que hacía durante el día con su prometida, hasta el punto de repetir, palabra por palabra, sus conversaciones. Le afectó tanto, que no podía dormir.

Desesperado, pidió consejo a un maestro del Zen que vivía cerca de la aldea. “Este es un fantasma muy listo”, dijo el maestro luego de escuchar la historia del hombre. “¡Sí, lo es!”, contestó el hombre, “recuerda cada detalle de lo que digo y hago. ¡Lo sabe todo!” El maestro sonrió, ”Usted debería admirar a un fantasma como éste; pero le diré qué tiene que hacer la próxima vez que lo vea.”

Esa noche el fantasma volvió y el hombre hizo exactamente como el maestro le había aconsejado. “Eres un fantasma tan sabio”, dijo, “Sabes que no puedo ocultarte nada. Si puedes contestarme una pregunta, interrumpiré mi compromiso y me quedaré solo por el resto de mi vida”. “Haz tu pregunta”, contestó el fantasma. El hombre recogió un puñado de frijoles de una gran bolsa que estaba en el piso, “Dime exactamente cuántos frijoles hay en mi mano.”

En ese momento el fantasma desapareció y nunca más regresó.  

Buscando a Buda

Un monje partió a un largo peregrinaje para encontrar al Buda. Dedicó muchos años a su búsqueda hasta que finalmente alcanzó la tierra donde se decía que el Buda vivía. Mientras cruzaba el río a ese país el monje miraba alrededor, al tiempo que el barquero remaba. Notó algo flotando hacia ellos.

A medida que se acercaba, se dio cuenta que era el cadáver de una persona. Cuando estuvo tan cerca que podía casi tocarlo, reconoció repentinamente el cuerpo muerto, ¡era el suyo!. Perdió el control y se lamentó al mirarse, inmóvil y sin vida, arrastrado a lo largo de la corriente del río.

Ese momento fue el principio de su liberación.  

No era idiota

Yagyu Tajima no Kami tenía un mono como mascota. Éste asistía a menudo a los entrenamientos de los discípulos. Siendo por naturaleza extremadamente imitador, este mono aprendió la manera de coger un sable y de utilizarlo. Se había convertido en un experto, en su género.

Un día, un Ronin (Guerrero errante) expresó su deseo amistoso de confrontar su habilidad en el manejo de la lanza con Tajima. El Maestro le sugirió que combatiera primero con el mono. El visitante se sintió amargamente humillado. Pero el encuentro tuvo lugar.

Armado con su lanza, el Ronin atacó rápidamente al mono que manejaba un shinai (sable de bambú). El animal evitó ágilmente los golpes de la lanza. Pasando al contraataque, el mono consiguió acercarse a su adversario y golpearlo. El Ronin retrocedió y puso su arma en una guardia defensiva. Aprovechando la ocasión, el mono saltó sobre el mango de la lanza y desarmó al hombre. Cuando el Ronin volvió avergonzado a ver a Tajima éste le hizo la siguiente observación:

- Desde el principio sabía que usted no era capaz de vencer al mono.

El Ronin dejó de visitar al Maestro desde ese día. Habían pasado varios meses cuando apareció de nuevo. Volvió a expresar su deseo de combatir con el mono. El Maestro, adivinando que el Ronin se había entrenado intensamente, presintió que el mono se negaría a combatir. Por lo tanto no aceptó la petición de su visitante.

Pero éste insistió y el Maestro acabó por ceder.

En el mismo instante en el que el mono se puso frente al hombre, arrojó su sable y emprendió la huida gritando.

Tajima no Kami terminó por concluir:

- ¿No se lo dije? No lo iba a vencer...
Poco tiempo después, gracias a su recomendación, el Ronin entró al servicio de uno de sus amigos.

Mariposa

El gran maestro taoísta Chuang Tzu, una vez soñó que era una mariposa que revoloteaba por todas partes.

En el sueño no tenía conciencia de su individualidad como persona. Era sólo una mariposa.

De repente despertó, y se encontró tendido allí siendo una persona de nuevo.

Pero al instante se preguntó, "¿Hace poco era un hombre que soñó que era una mariposa, o ahora soy una mariposa que sueña que es un hombre?".  

El cantero

Había una vez un cantero que estaba insatisfecho consigo mismo y con su posición en la vida. Un día pasó por la casa de un rico comerciante. A través de la entrada abierta, vio muchas finas posesiones e importantes visitantes. "¡Cuán poderoso debe ser el comerciante!", pensó el cortador de piedra. Se puso muy envidioso y deseó que pudiera ser como el comerciante. Para su gran sorpresa, se convirtió repentinamente en el comerciante, gozando de más lujos y poder de lo que siempre había imaginado, pero envidiado y detestado por aquellos menos ricos que él.

Pronto un alto funcionario pasó cerca, llevado en una silla de manos, acompañado por asistentes y escoltado por soldados batiendo gongos. Todos, sin importar cuan rico, tenían que hacer una reverencia ante la procesión. "¡Cuán poderoso es ese funcionario!", pensó. "¡Deseo que pudiera ser un alto funcionario!".

Entonces se convirtió en el alto funcionario, llevado por todas partes en su bordada silla de manos, temido y odiado por la gente de todo alrededor. Era un día caluroso de verano, por eso el funcionario se sentía muy incómodo en la pegajosa silla. Levantó la mirada al sol. Brillaba orgulloso en el cielo, no afectado por su presencia. "¡Cuán poderoso es el sol!" pensó. "¡Deseo que pudiera ser el sol!".

Entonces se convirtió en el sol, brillando ferozmente sobre todos, abrasando los campos, maldecido por los granjeros y los trabajadores. Pero una enorme nube negra se interpuso entre él y la tierra, de modo que su luz no pudo brillar más sobre todo allá abajo. "¡Cuán poderosa es esa nube de tormenta!", pensó. "¡Deseo que pudiera ser una nube!".

Entonces se convirtió en la nube, inundando los campos y las aldeas, increpado por todos. Pero pronto descubrió que estaba siendo empujado lejos por cierta gran fuerza, y se dio cuenta de que era el viento. "¡Cuán poderoso es!", pensó. "¡Deseo que pudiera ser el viento!".

Entonces se convirtió en el viento, llevándose tejas de los techos de las casas, arrancando árboles, temido y odiado por todos debajo de él. Pero después de un rato, se izó en contra de algo que no movería, no importa cuan fuertemente soplara en contra de ella, una enorme y altísima roca. "¡Cuán poderosa es esa roca!", pensó. "¡Deseo que pudiera ser una roca!".

Entonces se convirtió en la roca, más poderosa que nada más en la tierra. Pero mientras estaba parado allí, oyó el sonido de un martillo golpeando un cincel en la dura superficie, y sintió que estaba siendo cambiado. "¿Qué podría ser más poderoso que yo, la roca?", pensó. Bajó la mirada y vio lejos debajo de él, la figura de un cantero.

El camino del cielo y del infierno

Un guerrero de fama y fuerte crácter luego de recorrer un largo camino se dirige a una escarpada montaña,
lugar de habitación de un solitario y sabio maestro del budismo (probablemente un sacerdote)

Cuando llega a la morada del sabio luego de una agotadora jornada saluda respetuosamente al monje, el cual guarda silencio sin moverse de su posición.

Luego le dice: He venido hasta aquí desde muy lejos para saber de un sabio como Usted ¿cuál es el camino hacia el cielo y el infierno?. El monje impasible mantuvo el silencio sin mirarlo siquiera. El guerrero algo irritado le increpa diciendo: ¡He subido esta escarpada montaña, he recorrido un largo camino en busca de sabiduría y quiero que me responda ¿cuál es el camino entre el cielo y el infierno?!. El monje no mostró siquiera un cambio de actitud, como si fuera una escultura.

El guerrero reaccionó sulfurado e iracundo diciendo: ¡¡ He hecho un gran esfuerzo por estar aquí, no permitiré que me faltes así el respeto!! y levantó su espada con la cierta intención de darle muerte. En ese momento el monje levanta su mano indicando con su dedo índice al guerrero y exclama con voz firme: ¡Ese es el camino del infierno! Sorprendido y avergonzado el guerrero envaina lentamente espada. El monje con voz tranquila le dice: Ese es el camino del cielo.  

Ya estamos

Un maestro y su discípulo caminan. El discípulo pregunta: “¿Adónde vamos, maestro?”

El maestro responde: “Ya estamos”.  

Obra maestra

Un maestro calígrafo estaba escribiendo algunos caracteres sobre un pedazo de papel. Uno de sus especialmente perceptivos estudiantes estaba mirándolo.

Cuando el calígrafo hubo terminado, pidió la opinión del estudiante, quién inmediatamente le dijo que no estaba nada de bueno. El maestro lo intentó de nuevo, sin embargo el estudiante criticó el trabajo de nuevo.

Una y otra vez, el calígrafo cuidadosamente trazaba los mismos caracteres, y cada vez el estudiante los rechazaba.

Finalmente, cuando el estudiante había desviado su atención a algo más y no estaba mirando, el maestro aprovechó la oportunidad de hacer rápidamente los caracteres.

"¡Listo! ¿Cómo está ese?", le preguntó al estudiante. El estudiante se dio vuelta a mirar. "¡ESA... es una obra maestra!" exclamó.

El País de la risa

"El maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos trataron de que les hiciera saber las fases por las que había pasado en su búsqueda de la divinidad. Primero, les dijo, Dios me condujo de la mano al País de la Acción, donde permanecí una serie de años. Luego volvió y me condujo al País de la Aflicción, y allí viví hasta que mi corazón quedó purificado de toda afección desordenada. Entonces fue cuando me vi en el País del Amor, cuyas ardientes llamas consumieron cuanto quedaba en mí de egoísmo. Tras de lo cual, accedí al País del Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos los misterios de la vida y de la muerte. ¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda? le preguntaron. No, respondió el Maestro..., un día dijo Dios: Hoy voy a llevarte al santuario más escondido del Templo, al corazón del propio Dios...Y fui conducido al País de la Risa."

La Mancha negra

Mientras el maestro estaba dando clase a sus alumnos, salió una mancha negra de tinta en la hoja de papel blanca en que estaba escribiendo.
Preguntó a sus alumnos:
- ¿Qué veis?
Y todos a la vez respondieron:


- Una mancha negra
El maestro respondió:
- Todos os habéis fijado en la mancha negra.
- En cambio, nadie ha visto el resto de hoja blanca, que es mucho más extensa.

Cuento Zen

Un viejo monje y un monje joven caminaban por el bosque hasta que llegaron al frente de un río bravo. El río no era ni muy ancho ni profundo, y dado que no había puente decidieron cruzarlo sin más. En eso se les acercó una joven que llevaba ya mucho tiempo a la orilla del río. Llevaba puestos vestidos elegantes, llevaba un abanico, tenía pestañas muy largas y les sonreía con sus ojos grandes.


- Oh – dijo ella – la corriente es tan fuerte y el agua tan fría. Y si se me moja el Kimono me va a ruinar toda la seda. ¿Podría uno de ustedes ayudarme a pasar el río y cargarme?
Con estas palabras iba acercándose al joven monje. Pero él pensó que el comportamiento de la mujer era irrespetuoso. Sin embargo el viejo monje encogió los hombros, subió a la joven mujer y cargó con ella dejándola a la otra orilla después de haber cruzado el río. Después los dos monjes siguieron caminando.

Aunque durante la caminata mantuviesen el silencio, el joven monje estaba muy enfadado. Él pensaba que su colega más viejo había cometido un grave error al ser tan generoso con esa mujer tan orgullosa. Y lo que era peor aún, al tocar a una mujer había inclumplido un precepto de su orden. Y mientras seguían caminando, el joven monje seguía enfurecido para adentro, hasta que no aguantó más y comenzó a incriminarle al compañero su comportamiento por haber cargado a esa mujer y haberla ayudado a cruzar el río. Tenía tanta rabia que toda la cara se le había puesto roja.

- ¿Todavía estas cargando con esa mujer? – preguntó el monje más mayor. – Yo, hace más de una hora que dejé de hacerlo.

El vacío del guerrero

Un célebre espadachín japonés, que se decía adepto al zen, fue al encuentro del maestro Dokuon y le dijo, no sin un leve aire de triunfo, que todo lo que existía era el vacío, que nada distinguía al yo del tú, etc.

El maestro lo escuchó un momento en silencio, luego cogió su pipa y golpeó ocn fuerza al soldado en el cráneo.

El hombre saltó, cogió su sable y amenazó al monje.

- Vaya – dijo éste muy tranquilo -, el vacío no tarda en montar en cólera.

Sabor

Un maestro zen le ofreció un melón a su discípulo y le preguntó:

- ¿Qué te parece este melón? ¿Está bueno?

- Sí, sabe muy bien – contestó el discípulo.

- ¿Dónde está ese sabor? – le preguntó luego el maestro -. ¿En el melón o en tu lengua?

El discípulo reflexionó y se lanzó a dar complicadas explicaciones:

- Este sabor procede de una interdependencia entre el melón y mi lengua, porque mi lengua sola, sin el melón, no puede…

El maestro lo interrumpió bruscamente:

- ¡Idiota! ¡Más que idiota! ¿Qué pretendes? Este melón está bueno. Eso basta.

La impaciencia y el conocimiento

- Maestro, quiero estudiar el arte de la espada, ¿cuántos años necesitaré?

- Diez años.

- ¡Son demasiados!

- Entonces, veinte años.

- ¡Pero eso es una barbaridad!

- Treinta años.

El cielo y el infierno

Un samurái le pidió a un maestro que le explicara la diferencia entre cielo e infierno. Sin responderle, el maestro se puso a dirigirle gran cantidad de insultos. Furioso, el samurái desenvainó su sable para decapitarle.

- He aquí el infierno – dijo el maestro. El guerrero, impresionado por estas palabras, calmó su ira y volvió a enfundar el sable. Al ver esto, el maestro añadió:

- He aquí el cielo.

La Luna en el agua

Un poeta está sentado delante de la puerta de su casa, inclinado mirando una cacerola llena de agua.

Pasa un monje zen que le pregunta: “¿Qué haces?”.

El poeta le responde: “Observo el reflejo de la luna en esta agua”.

El monje le dice: “Si no te duele el cuello, ¿por qué no observas a la luna directamente?”.

Mi fortaleza es temporal

Un famoso maestro espiritual llegó hasta la puerta del palacio del rey. Ninguno de los guardias intentó detenerlo mientras entraba y caminaba hacia donde el mismo rey estaba sentado en su trono.


- ¿Qué quiere? – preguntó el rey, reconociendo inmediatamente al visitante.

- Quisiera un lugar para dormir en esta posada – contestó el maestro.

- Pero esta no es una posada, es mi palacio – dijo el rey.

- ¿Puedo preguntar quién era el dueño de este palacio antes de usted?

- Mi padre. Él está muerto.

- ¿Y quien era el dueño antes de él?

- Mi abuelo. Él también está muerto.

- ¿Y este lugar en donde la gente vive por un corto tiempo y después se muda, acaso le oí decir que no es una posada?

La fuerza del guerrero

Un poderoso guerrero, a la cabeza de su ejército, invadió un país vecino. Precedido por su reputación, nadie se atrevía a hacerle frente y mientras él avanzaba, atravesaba regiones desiertas. Todo el mundo huía a su paso.

Un día, en un pueblo, penetró en un templo y descubrió a un hombre de edad indeterminada, sentado, en la posición del loto. El guerrero, interpretando la presencia inmóvil del anciano como un desafío, furioso, desenvainó su sable.

- ¿Sabes delante de quién te encuentras, desvergonzado vejestorio? Podría traspasarte el corazón con este sable sin pestañear.

Sin sombra de preocupación, el anciano le respondió:

- Y tú, ¿sabes delante de quién estás? Yo puedo dejar que me traspases el corazón sin pestañear.

Dejar que te encuentre

La historia cuenta que un monje zen, conocido por su empuje, no se detenía de día ni de noche. Siempre andaba ocupado hasta el punto de no tener apenas tiempo para comer y para dormir.

- ¿Por qué corres tanto, qué prisa tienes? – preguntó el maestro.

- Busco el conocimiento, no puedo perder tiempo – respondió el frenético aprendiz.

- ¿Y cómo sabes que el conociemiento va delante de ti, de modo que tengas que correr muy deprisa tras él? Quizá va detrás de ti, y todo lo que necesitas para encontrarlo es quedarte quieto – dijo el maestro.

Es su problema, no el mío

Sucedió que un Maestro Zen estaba pasando por una calle, cuando un hombre llegó corriendo y lo golpeó con fuerza.

El Maestro cayó. Luego se levantó y continuó caminando en la misma dirección en la que estaba yendo, sin siquiera mirar hacia atrás. Un discípulo iba con el Maestro; se quedó atónito y dijo: “¿Quién es ese hombre? ¿Qué es esto? Si uno vive en esta forma, entonces cualquiera puede venir y matarte. Y ni siquiera has mirado a la persona y no sabes quién es, ni por qué lo hizo”.

El Maestro dijo: “Es su problema, no el mío”.

Cuento

En aquel tiempo, dice una antigua leyenda china, un discípulo preguntó al vidente: "Maestro, ¿cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?"

Y el vidente respondió: "Es muy pequeña, y sin embargo de grandes consecuencias. Vi un gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. En su derredor había muchos hombres hambrientos casi a punto de morir. No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud. Es verdad que llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevarlo a la boca porque los palillos que tenían en las manos eran muy largos. De este modo, hambrientos y moribundos, juntos pero solitarios, permanecían padeciendo hambre eterna delante de una abundancia inagotable. Y eso era el infierno.

Vi otro gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. Alrededor de el había muchos hombres, hambrientos pero llenos de vitalidad. No podían aproximarse al monte de arroz pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud. Llegaban a coger el arroz pero no conseguían llevarlo a la propia boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. Pero con sus largos palillos, en vez de llevarlos ala propia boca, se servían unos a otros el arroz. Y así acallaban su hambre insaciable en una gran comunión fraterna, juntos y solidarios, gozando a manos llenas de los hombres y de las cosas, en casa, con el Tao. Y eso era el cielo".

Anónimo

La Caverna de Platón

— Ahora — proseguí — represéntate el estado de la naturaleza humana, con relación a la educación y a su ausencia, según el cuadro que te voy a trazar. Imagina un antro subterráneo, que tenga en toda su anchura una abertura que dé libre paso a la luz, y en esta caverna, hombres encadenados desde la infancia, de suerte que no puedan mudar de lugar ni volver la cabeza a causa de las cadenas que les sujetan las piernas y el cuello, pudiendo solamente ver los objetos que tienen enfrente. Detrás de ellos, a cierta distancia y a cierta altura, supóngase un fuego cuyo resplandor los alumbra, y un camino elevado entre este fuego y los cautivos. Supón a lo largo de este camino un tabique, semejante a la mampara que los titiriteros ponen entre ellos y los espectadores, para exhibir por encima de ella las
maravillas que hacen.

— Ya me represento todo eso — dijo.

— Figúrate ahora unas personas que pasan a lo largo del tabique llevando objetos de toda clase, figuras de hombres, de animales de madera o de piedra, de suerte que todo esto sobresale del tabique. Entre los portadores de todas estas cosas, como es natural, unos irán hablando y otros pasarán sin decir nada.

— ¡Extraños prisioneros y cuadro singular!—dijo.

— Se parecen, sin embargo, a nosotros punto por punto —dije—. Por lo pronto,
¿crees que puedan ver otra cosa, de sí mismos y de los que están a su lado, que las sombras que el fuego proyecta enfrente de ellos en el fondo de la caverna?

— ¿Cómo habían de poder ver más — dijo —, si desde su nacimiento están precisados a tener la cabeza inmóvil?

— Y respecto de los objetos que pasan detrás de ellos, ¿pueden ver otra cosa que las sombras de los mismos?

— ¿Qué otra cosa, si no?

— Si pudieran conversar unos con otros, ¿no convendrían en dar a las sombras que ven los nombres de las cosas mismas?

— Por fuerza.

— Y si en el fondo de su prisión hubiera un eco que repitiese las palabras de los transeúntes, ¿se imaginarían oír hablar a otra cosa que a las sombras mismas que pasan delante de sus ojos?

— ¡No, por Zeus!—exclamó.

— En fin, no creerían que pudiera existir otra realidad que estas mismas sombras de objetos fabricados—dije yo.

— Es forzoso por completo—dijo.

— Mira ahora — proseguí — lo que naturalmente debe su ceder a estos hombres, si se les libra de las cadenas y se les cura de su ignorancia. Que se desligue a uno de estos cautivos, que se le fuerce de repente a levantarse, a volver la cabeza, a marchar y mirar del lado de la luz; hará todas estas cosas con un trabajo increíble; la luz le ofenderá a los ojos, y el alucinamiento que habrá de causarle le impedirá distinguir los objetos cuyas sombras veía antes. ¿Qué crees que respondería si se le dijese que hasta entonces sólo había visto fantasmas y que ahora tenía delante de su vista objetos más reales y más aproximados a la verdad? Si en seguida se le muestran las cosas a medida que se vayan presentando y a fuerza de preguntas se le obliga a decir lo que son, ¿no se le pondrá en el mayor conflicto y no estará él mismo persuadido de que lo que veía antes era más real que lo que ahora se le muestra?

— Mucho más — dijo.

— Y si se le obligase a mirar la luz misma, ¿no sentiría dolor en los ojos? ¿No volvería la vista para mirar a las sombras, en las que se fija sin esfuerzo? ¿No creería hallar en estas más distinción y claridad que en todo lo que ahora se le muestra?

— Así es — dijo.

— Si después se le saca de allí a la fuerza y se le lleva por el sendero áspero y escarpado hasta encontrar la claridad del sol, ¿qué suplicio sería para él verse arrastrado de esa manera? ¡Cómo se enfurecería! Y cuando llegara a la luz del sol, deslumbrados sus ojos con tanta claridad, ¿podría ver ninguno de estos numerosos objetos que llamamos seres reales?

— Al pronto no podría — dijo.

— Necesitaría indudablemente algún tiempo para acostumbrarse a ello. Lo que
distinguiría más fácilmente sería, primero, sombras; después, las imágenes de los hombres y demás objetos reflejados sobre la superficie de las aguas, y por último, los objetos mismos. Luego, dirigiría sus miradas al cielo, al cual podría mirar más fácilmente durante la noche a la luz de la luna y de las estrellas que en pleno día a la luz del sol.

— ¿Cómo no?

— Y al fin podría, creo yo, no sólo ver la imagen del sol en las aguas y dondequiera que se refleja, sino fijarse en él y contemplarlo allí donde verdaderamente se encuentra y tal cual es.

— Necesariamente — dijo.

— Después de esto, comenzando a razonar, llegaría a concluir que el sol es el que crea las estaciones y los años, el que gobierna todo el mundo visible y el que es, en cierta manera, la causa de todo lo que se veía en la caverna.

— Es evidente que llegaría, después de aquellas, a hacer todas estas reflexiones dijo.

— Y ¿qué? Si en aquel acto recordaba su primera estancia, la idea que allí se tiene de la sabiduría y a sus compañeros de esclavitud, ¿no se regocijaría de su mudanza y no se compadecería de la desgracia de aquellos?

— Efectivamente.

— ¿Crees que envidiaría aún los honores, las alabanzas y las recompensas que allí, supuestamente, se dieran al que más pronto reconociera las sombras a su paso, al que con más seguridad recordara el orden en que marchaban yendo unas delante y detrás de otras o juntas, y que en este concepto fuera el más hábil para adivinar su aparición; o que tendría envidia a los que eran en esta prisión más poderosos y más honrados? ¿No preferiría, como Aquiles en Homero, «trabajar la tierra al servicio de un pobre labrador» y sufrirlo todo antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?

— No dudo que estaría dispuesto a sufrir cualquier destino antes que vivir de esa suerte — dijo.

— Fija tu atención en lo que voy a decirte—seguí—. Si este hombre volviera de nuevo a su prisión para ocupar su antiguo puesto, al dejar de forma repentina la luz del sol, ¿no se le llenarían los ojos de tinieblas?

— Ciertamente — dijo.

— Y si cuando no distingue aún nada, antes de que sus ojos hayan recobrado su aptitud, lo que no podría suceder en poco tiempo, tuviese precisión de discutir con los otros prisioneros sobre estas sombras, ¿no daría lugar a que estos se rieran, diciendo que por haber salido de la caverna se le habían estropeado los ojos, y no añadirían, además, que sería para ellos una locura el intentar semejante ascensión, y que si alguno intentara
desatarlos y hacerlos subir sería preciso cogerle y matarle?

— Sin duda — dijo.

— Y bien, mi querido Glaucón - dije —, esta es precisamente la imagen que hay que aplicar a lo que se ha dicho antes. El antro subterráneo es este mundo visible; el fuego que le ilumina es la luz del sol; en cuanto al cautivo, que sube a la región superior y que la contempla, si lo comparas con el alma que se eleva hasta la esfera inteligible, no errarás, por lo menos, respecto a lo que yo pienso, ya que quieres saberlo. Sabe Dios sólo si es conforme con la verdad. En cuanto a mí, lo que me parece en el asunto es lo que voy a decirte. En los últimos límites del mundo inteligible está la idea del bien, que se percibe con dificultad; pero una vez percibida no se puede menos de sacar la consecuencia de que ella es la causa primera de todo lo que hay de bello y de recto en el universo; que, en este mundo visible, ella es la que produce la luz y el astro de que esta procede directamente; que en el mundo invisible engendra la verdad y la inteligencia; y en fin, que ha de tener fijos los ojos en esta idea el que quiera conducirse sabiamente en la vida pública y en la vida privada.

— Soy de tu dictamen en cuanto puedo comprender tu pensamiento — dijo.

— Admite, por lo tanto, también y no te sorprenda—dije— que los que han llegado a esta sublime contemplación desdeñan tomar parte en los negocios humanos, y sus almas aspiran sin cesar a fijarse en este lugar elevado. Así debe suceder si es que ha de ser conforme con la imagen que yo he trazado.

— Sí, así debe ser — dijo.

— ¿Es extraño que un hombre—dije yo—, al pasar de esta contemplación divina a la de los miserables objetos que nos ocupan, se turbe y parezca ridículo cuando, antes de familiarizarse con las tinieblas que nos rodean, se vea precisado a entrar en discusión ante los tribunales o en cualquier otro paraje sobre sombras y figuras de justicia, reflejos las unas e de las otras, y explicar cómo él las concibe delante de personas que jamás han visto la justicia en si misma?

— No veo en eso nada que me sorprenda — dijo.

— Antes bien — dije —, un hombre sensato reflexionará que la vista puede turbarse de dos maneras y por dos causas opuestas: por el tránsito de la luz a la oscuridad o por el de la oscuridad a la luz; y aplicando a los ojos del alma lo que sucede a los del cuerpo, cuando vea a aquella turbada y entorpecida para distinguir ciertos objetos, en vez de reír sin razón al verla en tal embarazo, examinará si este procede de que el alma viene de un
estado más luminoso, o si es que al pasar de la ignorancia a la luz, se ve deslumbrada por el excesivo resplandor de esta. En el primer caso, la felicitará por su turbación; y en el segundo lamentará su suerte; y si quiere reírse a su costa, sus burlas serán menos ridículas que si se dirigiesen al alma que desciende de la estación de la luz.

— Lo que dices es muy razonable — asintió.

Leyenda

Likudo dijo al maestro Nansen:

-En casa tengo una piedra que se puede erguir o acostar. La considero como Buda. ¿Puedo hacerlo?

Nansen respondió: -Sí puedes.

Likudo insistió: -¿Puedo verdaderamente?

Nansen respondió: -¡No, no puedes!

Anónimo

Cuento

-Sigue nadando -dijo la otra-. Saldremos de alguna manera.

-Es inútil -chilló la primera-. Es demasiado espeso para nadar, demasiado blando para saltar, demasiado resbaladizo para arrastrarse. Como de todas maneras hemos de morir algún día, mejor que sea esta noche.

Así que dejo de nadar y pereció ahogada. Su amiga siguió nadando y nadando sin rendirse. Y al amanecer se encontró sobre un bloque de mantequilla que ella misma había batido. Y allí estaba, sonriente, comiéndose las moscas que acudían en bandadas de todas direcciones.

Anónimo

Cuento derviche

Vivía en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un joven sirviente, Ahmed, a quien apreciaba mucho.

Un día, mientras Ahmed paseaba por el mercado de tenderete en tenderete, se encontró con la Muerte que le miraba con una mueca extraña. Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta llegar a casa. Una vez allí le contó a su señor lo ocurrido y le pidió un caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenia unos parientes, para de ese modo escapar de la Muerte.

Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo más veloz de su cuadra y se despidió diciéndole que si forzaba un poco la montura podría llegar a Samarra esa misma noche.

Cuando Ahmed se hubo marchado, Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la muerte paseando por los bazares.

"¿Por qué has asustado a mi sirviente? -preguntó a la Muerte-. Tarde o temprano te lo vas a llevar, déjalo tranquilo mientras tanto". "No era mi intención asustarlo -se excusó ella-, pero no pude ocultar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra".

Cuento

Un rey consulto a diferentes magos de su región. "¿Cómo va a ser mi vida y la de mis parientes?".

Uno le dijo: "Se te van a morir todos tus parientes, por cada diente que se te caiga morira uno de ellos". El rey ordeno matarle.

Otro le dijo: "Vas a sobrevivir a todos tus parientes. Una vida longeva".

Le dijo lo mismo que el otro pero la diferencia esta en la manera de decirlo.

Cuento

Un vendedor de zapatos enviado por su jefe fue a vender zapatos lejos de aquella ciudad. El jefe pidió que le enviara un telegrama enviándole información sobre las perspectivas de trabajo. El vendedor llego a la ciudad y vio que todas las personas andaban descalzas y envío este telegrama: "Todos andan descalzos. No necesitan zapatos. Malas perspectivas".

El jefe envío a otro vendedor a otra ciudad igualmente lejana pidiendo respuesta. El vendedor respondió con este telegrama: "No tienen zapatos. Venderemos muchos. Muy buenas perspectivas".

El pescador satisfecho

El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.

"¿Por qué no has salido a pescar?", le pregunto el industrial.

"Porque ya he pescado bastante hoy", le respondió el pescador.

"¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?", insistió el industrial.

"¿Y qué iba a hacer con ello?", preguntó a su vez el pescador.

"Ganarías más dinero", fue la respuesta. "De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo".

"¿Y qué haría entonces?", preguntó de nuevo el pescador.

"Podías sentarte y disfrutar de la vida", respondió el industrial.

"¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?", respondió el satisfecho pescador.

¡Oh, feliz culpa!

El místico judío Baal Shem tenía una curiosa forma de orar a Dios. "Recuerda, Señor", solía decir, "que Tú tienes tanta necesidad de mí como yo de Ti. Si Tú no existieras, ¿a quién iba yo a orar? Y si yo no existiera, ¿quién iba a orarte a Ti?"

Fuerza humana y destino

El labrador hace sus trabajos según la estación; el comerciante se ocupa según su ramo; el artífice, según su arte; el oficial, según su valor. He aquí los actos de las fuerzas humanas.

Pero el labrador tiene temporadas de lluvia y sequía; el comerciante, pérdidas y ganancias; el artífice éxitos y desengaños; el militar, sus triunfos y derrotas. esto es obra del destino.

Resignación

Había una vez un hombre, Tung men Wu de Wei, que cuando murió su hijo, no manifestó ningún pesar. Un vecino le preguntó que por qué no daba muestras de sentimiento y no vestía de luto, a lo que el contestó:

-Hubo in tiempo en que no tenia hijos y no estaba triste; ahora que mi hijo ha muerto y estoy igual que antes que naciera ¿de qué me he de entristecer?

El juramento

Una vez, un hombre atormentado por sus problemas juró que si éstos se solucionaban, vendería su casa y donaría a los pobres todo el dinero obtenido de la venta.

Llegó el momento en que se dio cuenta de que debía cumplir su juramento. Pero no deseaba regalar tanto dinero. De manera que ideó una forma de eludir esta situación.

Puso la casa en venta, valuándola en una moneda de plata. No obstante quien comprara la casa debía adquirir un gato. El precio pedido por este animal era de diez mil piezas de plata.

Otro hombre compro la casa y el gato. El primero dio a los pobres la moneda de plata, y guardo en sus bolsillos las diez mil.

La mente de muchas personas funciona de esta manera. Deciden seguir una enseñanza, pero interpretan su relación con ella según su propia conveniencia.

El mono que salvo a un pez

"¿Qué demonios estás haciendo?", le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.

"Estoy salvándole de perecer ahogado", me respondió.

El pequeño pez

"Usted perdone", le dijo un pez a otro, "es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscando por todas partes, sin resultado".

"El Océano", respondio el viejo pez, "es donde estás ahora mismo".

"¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano", replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.

Transformación

A un discípulo que siempre estaba quejándose de los demás le dijo el Maestro: "Si es paz lo que buscas, trata de cambiarte a ti mismo, no a los demás. Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra".

Mejor dormir que murmurar

Sa´di de Shiraz relata esta historia acerca de sí mismo:

"Cuando yo era niño, era un muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las devociones. Una noche estaba velando con mi padre, mientras sostenia el Corán en mis rodillas. Todos los que se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no tardaron en quedarse profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre:

-Ni uno solo de esos dormilones es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para decir sus oraciones. Diria uno que están todos muertos.

Y mi padre me replicó:

-Mi querido hijo, preferiria que tambien tú estuvieras dormido como ellos, en lugar de murmurar".

La conciencia de la propia virtud es un riesgo muy propio de quien se embarca en la oración y en la piedad.

Lectura

La vida del hombre es tejida en el telar del tiempo conforme un patrón que el no ve, solo Dios lo ve, y su corazón esta en la lanzadera. De un lado del telar esta la tristeza, del otro la alegria. Y la lanzadera, impelida alternativamente hacia cada lado, vuela para el frente y para detrás, cargando la línea que es blanca o negra conforme exige el modelo. Al final, cuando Dios extrae el tejido terminado, y todos sus colores alternos son observados en su conjunto, se ve que los colores oscuros son tan necesarios a la tela como los colores brillantes.



Henry Ward Beecher

Supervivencia

Día tras día, el discípulo hacía la misma pregunta: "¿Cómo puedo encontrar a Dios?"

Y día tras día recibía la misteriosa respuesta: "A través del deseo".

"Pero ¿acaso no deseo a Dios con todo mi corazón? Entonces ¿por qué no lo he encontrado?"

Un día mientras se hallaba bañándose en el río en compañía de su discípulo, el Maestro le sumergió bajo el agua, sujetándole por la cabeza, y así lo mantuvo un buen rato mientras el pobre hombre luchaba desesperadamente por soltarse.

Al día siguiente fue el Maestro quien inició la conversación: "¿Por qué ayer luchabas tanto cuando te tenia yo sujeto bajo el agua?"

"Porque quería respirar".

"El día que alcances la gracia de anhelar a Dios como ayer anhelabas el aire, ese día te habrás encontrado".

Vigilancia

"¿Hay algo que yo pueda hacer para llegar a la Iluminación?"

"Tan poco como lo que puedes hacer para que amanezca por las mañanas".

"Entonces , ¿para que valen los ejercicios espirituales que tú mismo recomiendas?"

"Para estar seguros de que no estáis dormidos cuando el sol comience a salir".

5 Profecía

"Quisiera poder llegar a enseñar la verdad".

"¿Estas dispuesto a ser ridiculizado e ignorado y a pasar hambre hasta los cuarenta y cinco años?"

"Lo estoy. Pero dime: ¿qué ocurrirá cuando haya cumplido los cuarenta y cinco años?"

"Que ya te habrás acostumbrado a ello".

Lectura

Se cuenta que un místico sufí estaba viajando y llego a una ciudad. Su fama había llegado allí antes que él, su nombre era ya conocido. Así que la gente se reunió y dijo: "Predícanos algo". El místico dijo: "Yo no soy solamente un sabio, soy también un necio. Os sentiréis confusos con mis enseñanzas, así que es mejor que me permitáis seguir callado". Pero cuanto más trataba de evitarlos, más insistían ellos, y más intrigados se sentían por su personalidad. Finalmente cedió y dijo: "De acuerdo. El viernes que viene iré a la mezquita". Era un pueblo mahometano. Luego pregunto: "¿Y de que queréis que hable?". Ellos dijeron: "De Dios, por supuesto". Y cuando llego estaba reunido todo el pueblo, porque había causado una gran sensación. Desde el púlpito pregunto: "¿Sabéis algo acerca de lo que voy a decir sobre Dios?" Por supuesto los del pueblo dijeron: "No, no sabemos lo que vas a decir". Así que les dijo: "Entonces es inútil porque si no lo sabéis en absoluto, no podréis comprender. Se necesita un poco de preparación, pero vosotros no estáis preparados en absoluto. Será inútil, así que no hablaré". Y se fue de la mezquita.

Los del pueblo no tenían ni idea de que hacer y le persuadieron para que volviese el viernes siguiente. Llego el viernes siguiente y pregunto lo mismo: ¿Sabéis de que voy a hablaros?" Esta vez los del pueblo estaban preparados y dijeron: "SI, por supuesto". Así que el dijo: "Entonces no hay necesidad de hablar. Si ya lo sabéis -se acabó. ¿Por qué molestarme innecesariamente y perder vuestro tiempo?" Y se fue de la mezquita.

Los del pueblo estaban completamente desconcertados acerca de que hacer con este hombre, pero ahora su interés les estaba volviendo locos -¡Ese hombre debía ocultar algo! Así que volvieron a persuadirle de algún modo. Fue y de nuevo pregunto la misma cuestión: "¿Sabéis de lo que voy a hablar?" Ahora los del pueblo se habían vuelto aún más sabios y replicaron: "La mitad de nosotros sabemos, y la otra mitas no". El místico dijo: "Entonces no hay necesidad de que hable. Los que saben pueden decírselo a los que no saben".

Enseñanza a fondo

En otro tiempo, en Japón, se utilizaban linternas de bambú y papel con una candela dentro. A un ciego, de visita cierta noche en casa de un amigo, éste le ofreció una linterna para regresar.

No necesito linterna -respondió. Oscuridad o luz es lo mismo para mí.

Ya se que no necesitas linterna para encontrar el camino -repuso el amigo-, pero, si no llevas una alguien puede darse un encontronazo contigo. Así que tómala.

El ciego partió con la linterna, y a poco trecho uno se dio contra él de manos a boca.

-¡Mira por donde vas! -le grito el ciego- ¿No ves la linterna?

Se te ha apagado la vela hermano -respondió el desconocido.

Lectura

Ch´ang Ch´uang estaba enfermo, y Lao Tsé fue a visitarle y dijo este a Ch´ang Ch´uang:

-Estas muy enfermo maestro. ¿No tienes nada que decir a tu maestro?

-¿Mi lengua aun esta ahí?

-Esta respondió Lao Tsé.

-Mis dientes están ahí, pregunto el anciano.

-No, replico Lao Tsé.

-¿Y sabes por qué?, preguntó Ch´ang Ch´uang.

-¿No será que la lengua dura más tiempo por ser más blanda? ¿Y que los dientes por ser duros se caen antes? Comentó Lao Tsé.

-Sin duda, dijo Ch´ang Ch´uang. Acabas de resumir todos los principios relativos al mundo. No necesitas más mis enseñanzas.



Liu Hsiang

Contemplación

El Maestro solía decir que sólo el Silencio conducía a la transformación.

Pero nadie conseguía convencerle de que definiera en qué consistía el Silencio. Cuando alguien lo intentaba, él sonreía y se tocaba los labios con el dedo índice, lo cual no hacía más que acrecentar la perplejidad de sus discípulos.

Pero un día se logró dar un paso importante cuando uno le pregunto:" ¿Y cómo puede alguien llegar a ese Silencio del que tú hablas?"

El Maestro respondió algo tan simple que sus discípulos se le quedaron mirando, buscando en su rostro algún indicio que les hiciera ver que estaba bromeando. Pero no bromeaba. Y esto fue lo que dijo: "Estéis donde estéis, mirad incluso cuando aparentemente no hay nada que ver; y escuchad aun cuando parezca que todo está callado".

Inflexibilidad

"¡Cielos, cómo has envejecido!", exclamó el Maestro después de conversar con un amigo de su infancia.

"No puede uno evitar hacerse mayor, ¿no crees?", le dijo el amigo.

"No, claro que no puede", admitió el Maestro, "pero sí puede evitar envejecer".

Bokuden y sus tres hijos

Bokuden, gran Maestro de sable, recibió un día la visita de un colega. Con el fin de presentar a sus tres hijos a su amigo, y mostrar el nivel que habían alcanzado siguiendo su enseñanza, Bokuden preparó una pequeña estratagema: colocó un jarro sobre el borde de una puerta deslizante de manera que cayera sobre la cabeza de aquel que entrara en la habitación.
Tranquilamente sentado con su amigo, ambos frente a la puerta, Bokuden llamó a su hijo mayor. Cuando éste se encontró delante de la puerta, se detuvo en seco. Después de haberla entreabierto cogió el vaso antes de entrar. Entró cerró detrás de él, volvió a colocar el jarro sobre el borde de la puerta y saludó a los Maestros.

- Este es mi hijo mayor - dijo Bokuden sonriendo -, ya ha alcanzzado un buen nivel y va camino de convertirse en Maestro.

A continuación llamó a su segundo hijo. Este deslizo la puerta y comenzó a entrar. Esquivando por los pelos el jarro que estuvo a punto de caerle sobre el cráneo, consiguió atraparlo al vuelo.

- Este es mi segundo hijo - explicó al invitado -, aún le queda un largo camino que recorrer.

El tercero entró precipitadamente y el jarro le cayó pesadamente sobre el cuello, pero antes de que tocara el suelo, desenvainó su sable y lo partió en dos.

- Y este - respondió el Maestro - es mi hijo menor. ES la vergüenza de la familia, pero aún es joven.

Sexto sentido

Tajima no kami paseabas por su jardín una hermosa tarde de primavera. Parecía completamente absorto en la contemplación de los cerezos al sol. A algunos pasos detrás de él, un joven servidor le seguía llevando su sable. Una idea atravesó el espíritu del joven:

"A pesar de toda la habilidad de mi Maestro en el manejo del sable, en este momento sería fácil atacarle por detrás, ahora que parece tan fascinado con las flores del cerezo".

En ese preciso instante, Tajima no kami se volvió y comenzó a buscar algo alrededor de sí, como si quisiera descubrir a alguien que se hubiera escondido. Inquieto, se puso a escudriñar todos los rincones del jardín. Al no encontrar a nadie, se retiró a su habitación muy preocupado. El servidor acabó por preguntarle si se encontraba bien y si deseaba algo. Tajima respondió:

- Estoy profundamente turbado por un incidente extraño que no puedo explicarme. Gracias a mi larga práctica de las artes marciales, puedo presentir cualquier pensamiento agresivo contra mí. Justamente cuando estaba en el jardín me ha sucedido esto. Pero aparte de tí no había nadie, ni siquiera un perro. Estoy descontento conmigo mismo, ya que no puedo justificar mi percepción.

El joven servidor, después de saber esto, se acercó al Maestro y le confesó la idea que había tenido, cuando se encontraba detrás de él. Humildemente le pidió perdón.

Tajima no kami se sintió aliviado y satisfecho, y volvió al jardín.

El Increíble Ki

Un Maestro de combate a mano desnuda enseñaba su arte en una ciudad de provincia. Su reputación era tal en la región que nadie podía competir con el. Los demás profesores de artes marciales se encontraban sin discípulos. Un joven experto que había decidido establecerse y enseñar en los alrededores quiso ir un día a provocar a este famoso Maestro con el fin de terminar con su reinado.

El experto se presento en la escuela del Maestro. Un anciano le abrió la puerta y le pregunto que deseaba. El joven anunció sin dudar su intención. El anciano, visiblemente contrariado, le explicó que esa idea era un suicidio ya que la eficacia del Maestro era temible.

El experto, con el fin de impresionar a este viejo medio chocho que dudaba de su fuerza, cogió una plancha de madera que andaba por allí y de un rodillazo la partió en dos. El anciano permaneció imperturbable. El visitante insistió de nuevo en combatir con el Maestro, amenazando con romperlo todo para demostrar su determinación y sus capacidades. El buen hombre le rogó que esperara un momento y desapareció.

Poco tiempo después volvió con un enorme trozo de bambú en la mano. Se lo dio al joven y le dijo:

- El Maestro tiene la costumbre de romper con un puñetazo los bambúes de este grosor. No puedo tomar en serio su petición si usted no es capaz de hacer lo mismo.

El joven presuntuoso se esforzó en hacer con el bambú lo mismo que había hecho con la plancha de madera, pero finalmente renunció, exhausto y con los miembros doloridos. Dijo que ningún hombre podía romper ese bambú con la mano desnuda. El anciano replicó que el Maestro podía hacerlo. Aconsejó al visitante que abandonara su proyecto hasta el momento que fuera capaz de hacer lo mismo. Abrumado, el experto juró volver y superar la prueba.
Durante dos años se entrenó intensivamente rompiendo bambúes. Sus músculos y su cuerpo se endurecían día a día. Sus esfuerzos tuvieron sus frutos y un día se presentó de nuevo en la puerta de la escuela, seguro de sí. Fue recibido por el mismo anciano. Exigió que le trajeran uno de esos famosos bambúes de la prueba y no tardo en calarlo entre dos piedras. Se concentró durante algunos segundos, levanto la mano y lanzando un terrible grito rompió el bambú. Con una gran sonrisa de satisfacción en los labios se volvió hacía el frágil anciano. Este le declaró un poco molesto:
- Decididamente soy imperdonable. Creo que he olvidado precisar un detalle: el Maestro rompe el bambú... sin tocarlo.

El joven, fuera de sí, contestó que no creía en las promesas de este Maestro cuya simple existencia no había podido verificar.

En ese momento, el anciano cogió un bambú y lo ató a una cuerda que colgaba del techo. Después de haber respirado profundamente, sin quitar los ojos de bambú, lanzó un terrible grito que surgió de lo más profundo de su ser, al mismo tiempo que su mano, igual que un sable, hendió el aire y se detuvo a 5 centímetros del bambú... que saltó en pedazos.

Subyugado por el choque que acababa de recibir, el experto se quedó durante varios minutos sin poder decir un palabra, estaba petrificado. Por último pidió humildemente perdón al anciano Maestro por su odioso comportamiento y le rogó que lo aceptara como discípulo.