Cuento Zen

Un viejo monje y un monje joven caminaban por el bosque hasta que llegaron al frente de un río bravo. El río no era ni muy ancho ni profundo, y dado que no había puente decidieron cruzarlo sin más. En eso se les acercó una joven que llevaba ya mucho tiempo a la orilla del río. Llevaba puestos vestidos elegantes, llevaba un abanico, tenía pestañas muy largas y les sonreía con sus ojos grandes.


- Oh – dijo ella – la corriente es tan fuerte y el agua tan fría. Y si se me moja el Kimono me va a ruinar toda la seda. ¿Podría uno de ustedes ayudarme a pasar el río y cargarme?
Con estas palabras iba acercándose al joven monje. Pero él pensó que el comportamiento de la mujer era irrespetuoso. Sin embargo el viejo monje encogió los hombros, subió a la joven mujer y cargó con ella dejándola a la otra orilla después de haber cruzado el río. Después los dos monjes siguieron caminando.

Aunque durante la caminata mantuviesen el silencio, el joven monje estaba muy enfadado. Él pensaba que su colega más viejo había cometido un grave error al ser tan generoso con esa mujer tan orgullosa. Y lo que era peor aún, al tocar a una mujer había inclumplido un precepto de su orden. Y mientras seguían caminando, el joven monje seguía enfurecido para adentro, hasta que no aguantó más y comenzó a incriminarle al compañero su comportamiento por haber cargado a esa mujer y haberla ayudado a cruzar el río. Tenía tanta rabia que toda la cara se le había puesto roja.

- ¿Todavía estas cargando con esa mujer? – preguntó el monje más mayor. – Yo, hace más de una hora que dejé de hacerlo.

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